La trampa del deseo
Lo que la Semana Santa me hizo ver sobre el ego, el deseo… y la verdadera espiritualidad.
La Semana Santa siempre me genera mucha confusión.
Por un lado, se celebra el día más importante para el cristianismo: la resurrección de Jesús.
Y uno pensaría que dicha celebración invitaría a la pausa, la introspección y una conexión profunda con el espíritu.
Pero la realidad no podría estar más alejada de eso.
Muchas personas usan este periodo para exponer su lado más oscuro:
Fiestas, alcohol, antros, dr**as...
Una búsqueda desesperada por el placer y la diversión.
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Desde afuera, como un observador que simplemente contempla el escenario, siempre quedo un poco en shock.
Y es que si prestas atención, podrás notar lo imperceptible.
Lo que solo el silencio revela:
Máscaras. Roles. Materialismo. Apariencias. Likes. Envidia.
Los juegos del ego.
Personas queriendo más y más y más.
Más estatus, más atención, más validación.
Más poder. Más cosas.
Todo lo que Jesús no representaba.
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Ahora, yo no soy del todo inocente.
Mientras estaba sentado frente al mar, pensando en todo lo que te estoy contando ahora, vi pasar varios yates multimillonarios.
Y no te voy a mentir… también lo sentí:
Ese nudo en el pecho.
Ese fuego interior.
Ese deseo insaciable que nunca está del todo conforme con lo que hay.
Esa voz sutil que dice:
“Tal vez si tuviera eso, entonces sí sería suficiente.”
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¿Hay algo más dañino que el deseo?
Claro, hay deseos que son necesarios.
El deseo de comer, de protegernos, de amar.
Pero llega un punto en que el deseo, aunque parezca ambición, termina siendo una trampa que nos aleja de la paz.
Una fuerza que ya no impulsa la vida, sino que la consume desde dentro.
Y es fácil ver cómo esto se manifiesta en nuestras vidas.
Si pones atención, notarás que siempre hay algo que quieres cambiar o evitar.
A veces es sutil, como el simple deseo de sentirte diferente.
Otras veces, es más obvio: querer ser millonario, famoso, admirado.
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El problema del deseo es que nos coloca en fricción constante con el presente.
Nunca estamos contentos con lo que hay.
Y en ese afán de alcanzar lo que aún no existe, nos perdemos la plenitud de lo que ya está aquí.
Ese afán solo nos roba la paz…
Porque la paz no está en lo que conseguimos.
Está en dejar de resistir lo que es.
Un sabio no desea que las cosas sean distintas a como son.
Él sabe que lo que puede cambiarse, cambiará.
Y lo que no, simplemente no lo hará.
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Entre las orillas del dolor y el placer fluye el río de la vida.
Y solo cuando la mente se niega a fluir y se estanca en una de esas orillas, aparece el sufrimiento.
Por eso la clave está en fluir.
En aceptar.
En permitir que la vida se despliegue ante tus ojos con una apertura totalmente desnuda de expectativas.
Sin forzar, sin correr, sin pretender controlarlo todo.
Porque solo cuando dejamos de luchar contra lo que es, podemos realmente habitar el presente.
Y en ese espacio, silencioso y simple, nace la verdadera espiritualidad:
La de estar aquí.
La de mirar con ojos nuevos.
La de reconocer que, a pesar de todo, ya somos.
Y quizás, solo quizás… eso sea suficiente.
Un abrazo,
Matias
pero que sucede si el presente no es bueno? me dejo fluir pero llegan cosas malas, eso tambien lo tengo que aceptar? no tengo que impulsar el cambio?